viernes, 21 de noviembre de 2008


EL martes la carpintería no abrió sus puertas al público. Tampoco hubo jazz, y es que, este carpintero aficionado, estuvo en el teatro viendo la representación de “La lluvia amarilla”, basada en la novela de Llamazares en la que el último viejo de Ainielle se despide de este mundo cochino y cruel.
Al final de la obra, cargado de saudade y morriña de esos montes en los que senté mis reales durante una jartá de años, me asaltó la misma pregunta que me hice en su día cuando terminé de leer la novela: ¿Pero Andrés, el protagonista, es el último viejo de Ainiellle o es un catedrático de lengua y literatura castellana becado por el Instituto Cervantes?, porque por el hablar más parece erudito que pastor. Al poco la pregunta se esfumó de mi mente.
Pero la saudade no, así que regresé a casa y me metí una buena dosis de nostalgia fotográfica: Montes, bordas y casas. Y ríos, a veces violentos como truenos, y otras mansos como rebaños de babosas... y prados, y picos y riberas.. y cuando una asquerosa y repugnante lágrima estaba empezando a asomar por el rabillo del ojo la pregunta me sacudió como una bofetada: ¿Pero es que el puto Llamazares no tuvo tiempo de hablar algo con algún aborigen que le diera el tono del monólogo, u qué? Nos ha jodido, claro que no. ¿Con qué viejo de Ainielle podía documentarse si Andrés, el protagonista murió mucho antes de que él escribiera la novela? Para eso Delibes se lo hace mejor, que siempre saca al penúltimo, así que puede documentatrse con el último que aún colea. Llamazares llegó tarde. O pilló el tema con un protagonista de retaso.
Tras estas reflexiones me puse el "Kin of blue", que es un valor seguro en estos tiempos de crisis, y, ya sin rastro de nostalgia, me despedí del día metiéndome unas migas, muy de esas tierras, entre pecho y espalda.