lunes, 16 de febrero de 2009

Calle Archie Shepp


El nombre de las calles.
La semana pasada, en el informativo de la CNN, hablaron del “pollo” que tienen montado en Zaragoza con el nombre de la calle “General Sueiro”: El ayuntamiento, aplicando la normativa para eliminar los rescoldos del asqueroso fuego fascista, pretende eliminar el actual nombre para que se pase a llamar “Escribá de Balaguer”. ¡Con dos cojones!
No frecuenté demasiado General Sueiro, ni las calles adyacentes, que tenían, cuando yo vivía en Zaragoza, el sobrenombre de “Zona Nacional”. Y le venía al pelo ya que por allí sentaban sus reales lo más engominado del fascismo maño junto con las larvas de militar en forma de cadete que salían del cuartel a pillar con las innumerables cadeteras (Barbies clonadas en algún laboratorio de diseño de madres y esposas de cadete) que transitaban y poblaban los bares y establecimientos de la zona.
Una vez tuve que ir a General Sueiro a dar clases particulares a dos mendrugos, también engominados, que necesitaban un sopapo bien dado antes que conocimientos de física o matemáticas. Lo niñatos en cuestión me saludaban brazo en alto y cuando su encantador doverman (creo que esa era la raza asesina del perrángano) amagaba con jalárseme ellos, al unísono, le decían: “tranquilo “Kaiser”, ahora no es el momento”. Un encanto de chavales. La clase la daba presidida por un retrato de José Antonio Primo de Rivera (Por cierto, ¿ese hombre no tenía cara de gay de extrema derecha?). Lo que se dice: Un marco incomparable para profundizar en los océanos de la física. Por lo visto mis pintas no les resultaban agradables. Y además me pagaban, lo que a sus ojos, por dios y por España, me convertían en una especie de lacayo ilustrado. Esa era la calle y esos su pobladores.
En París hay una calle que en la actualidad se llama “Rue Pelycan”. Está en la zona del Louvre, una calle más bien pequeña, estrecha, que, a pesar de tener poca luz, tiene un aire alegre. Allí había una pensión, barata, en la que alguna vez me hospedé. Un siglo antes la calle Pelycan no se llamaba con un nombre tan ligado a la zoología como el del pajarraco en cuestión, que va, se llamaba “Rue Poil de Coin” (Pelo de Coño) en honor al vello púbico de las putas que tenían en la Rue Poil de Coin su recinto de trabajo. Leí la historia en algún sitio y debía ser verdad: el cuarto de la pensión, de moqueta roja de un siglo de antigüedad, el bidé, tan francés, la ausencia de baño..... Eso había sido hacía más de cien años una casa de putas “de libro”.
Cuando algún alcalde del siglo XX decidió dejar la rue libre de prostitución también quiso que, puesto que la calle había cambiado de actividad, también el nombre debía cambiar. Había que purificarlo, y mejor un pajarraco exótico que el pelo de un coño, un nombre que hacía olvidar las antiguas actividades. Purificado.
En Zaragoza viví mis buenos años en la Calle de las Vírgenes. La misma historia (¿me perseguirán las calles de putas?). Calle muy parecida a la Poil de Coin: Corta, estrecha, con poca luz, pero con un aire alegre. Allí también le cambiaron el nombre. También lo purificaron: Nuevos tiempos, nueva cara, nuevos letreros en las esquinas.
Lo que pretende hacer el ayuntamiento de Zaragoza, es algo parecido a lo que en su día hicieron en París con la Rue Pelycan, y en la misma Zaragoza con la Calle Las Vírgenes... , y, qué coño, además de eliminar al indigno militar fascista del callejero (que, seguramente, se cobrara vida de más de uno y de dos zaragozanos. Por cierto, ¿alguien sabe de las hazañas bélicas del general Sueiro?) con el nuevo nombre se honra a un hijo ilustre de las antiguas trabajadoras del sexo que, por lo visto, son tan dadas a perder su impronta en el nombre de las calles, gracias a la pureza consistorial. Un poco de compensación histórica en medio de la memoria histórica no viene mal. Ellas desaparecen, pero sus hijos las perpetúan. Bravo por el consistorio.
A algunos zaragozanos la cosa les parecía de maravilla (por lo visto en las entrevistas que hicieron en el informativo). A uno, nacional-mañista (nacionalista aragonés), sin duda, le tocaba los huevos lo de pasar por una calle con nombre del fundador del OPUS DEI, pero veía con mejores ojos lo de Escribá de Balaguer que lo del General Sueiro, “Porque, a fin de cuentas, Monseñor era Aragonés”, uno de los nuestros, en definitiva. O como dijo Nixon de sus soldados en Vietnan: “Serán unos hijos de puta, pero son nuestros hijos de puta”.
El alcalde Belloc lo justificaba con un argumento todavía mejor: “Escribá de Balaguer, fue canonizado, y es, por tanto, es un santo nuestro, aragonés, ¿quién puede tener más méritos para recibir en nombre de una calle zaragozana? Un lince. ¿Seguro que no tomó la idea de Nixon?

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